Nuestra historia

Siempre nos había gustado ese brillo que aparece en el agua cuando le da el sol. ¿Sabes cuál digo? Ese que no es reflejo ni destello, sino algo más suave, más profundo. Como si el agua respirara luz por un segundo. Lo veíamos en la playa, en los ríos, incluso en una fuente del parque. Y cada vez que lo veíamos, nos quedábamos callados, como si el momento se volviera más bonito solo por estar ahí.

Un día, nos preguntamos cómo se llamaba. Buscamos en internet, preguntamos a gente, incluso miramos en libros viejos. Pero nada. No tenía nombre. Y eso nos pareció rarísimo. ¿Cómo algo tan bonito podía no tener nombre?

Así que lo inventamos.

Lo llamamos Inira.

“In”, de “dentro de”, porque ese brillo no está solo en la superficie, parece venir desde el fondo, como si el agua tuviera alma.

“Ira”, que significa “brillo interior”. Porque eso es lo que sentimos cuando lo vemos: una especie de luz que no solo está afuera, sino que también se enciende un poquito dentro de nosotros.

Desde entonces, cada vez que lo vemos, decimos: “Mira, ahí está la Inira”. Y aunque nadie más sepa lo que significa, para nosotros es especial. Porque le pusimos nombre a algo que amamos. Y ahora, cada vez que lo nombramos, lo volvemos a vivir.